Últimos meses de 1993. La diplomatura de Trabajo Social ya finalizada (aunque aún quedaba la tesina).
La vida transcurría entre proyectos, experiencias, gente, animación, muchas charlas con unos cuantos «cafés», una bata blanca conociendo el Trabajo Social en el ámbito hospitalario, y CARTAS, unas cuantas cartas… de esas de antes, en papel reciclado, con sobres chulos, sellos diferentes, incluso con lacre, personalizadas,…
Nuestra amiga vivía por aquel entonces en Guinea Ecuatorial. Y un día de noviembre llegó esta carta:
Le he pedido a ella que la recuerde:
“Ocurrió así. Una mañana, por casualidad, como un gesto espontáneo, sin ser especialmente consciente: Cogí un afilapuntas de plástico, azul, redondito, que un niño tenía en sus manitas y afilé el lápiz de una niña sentada a mi otro lado. Se levantó un niño, y otro, y una niña más,…
Y de este modo recuerdo contar una experiencia que no sólo fue maravillosa por la vivencia, sino también, y quizá en mayor medida, por ponerme delante una metáfora del auténtico sentido que yo le encontraba a la profesión del Trabajo Social.
«En una vieja clase, oscura, sin luz, con el suelo destrozado, sin pupitres,… ¡200 niños! Más de la mitad se sientan en la tierra al fondo de la clase, amontonados, bien pegaditos unos a otros.
Todo lo que los niños tienen es un cuaderno, casi siempre viejo y arrugado a pesar de que cada día lo guarden con mimo en la cartera,… También un lapicero. Esos lapiceros han hecho un capítulo aparte en mi historia aquí – uno de mis más preciados trabajos consiste en afilarlos y sacar punta; me siento la mujer más útil del mundo, siento que doy posibilidades, oportunidades de escribir una letra, de dibujar un papá, de aprender, de crecer, de…
De esta forma mi afilapuntas de metal se convirtió en el mejor de los tesoros.
Yo podía conseguir que una mina asomara en un lápiz. ¡Dar posibilidad!
La mina está ahí dentro, no hay lapicero sin ella en su interior. ¡Todos! Los más grandes, los más pequeñitos, casi todos llegaban ya usados, descoloridos, con marcas,… pero invariablemente la mina afloraba. Y volvían a ser. Y quedaban listos para volver a escribir, o dibujar, o garabatear. Y se iban de la mano de un pequeño ser sonriente, feliz.» Mayte Robles Llamazares
Los años de estudio, los años de voluntariado, los años de prácticas, todo cobraba sentido en esa sola imagen.
Un afilapuntas, un sacapuntas, símbolo de lo que genera en mí el Trabajo Social, imagen que hice propia desde entonces.
¡Dar oportunidades! Acompañar a las personas a sacar de sí mismas lo que tienen y lo que necesitan para seguir adelante, para enfrentarse a un divorcio conflictivo, para acompañar a un adolescente en el terreno complicado y lleno de experiencias de su edad, para rescatar del interior de uno mismo paciencia y creatividad en el día a día con las bondades y dificultades de la crianza y la educación de los hijos, para reconocer las necesidades de ese niño que quiere saber qué pasó cuando era pequeño o por qué él tiene dos familias,… Una y mil oportunidades de ayudar a las personas a ser, a reconocer lo que tienen dentro de ellas mismas, a saber que se puede,…
Ese es mi trabajo: un lujo poder trabajar con la gente, una responsabilidad el hacerlo.
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